Banyoles, la encantadora capital de la comarca del Pla de l'Estany, fue el destino de mi día de turismo. Este pintoresco municipio, conocido por su riqueza histórica y belleza natural, es un lugar que cautiva a los visitantes con su armoniosa combinación de cultura y paisajes. Sin duda, lo más destacado de Banyoles es su impresionante lago, el más grande de Cataluña, que se encuentra dentro de su término municipal. Rodeado de vegetación exuberante, el Estany de Banyoles ofrece un escenario idílico para paseos tranquilos, actividades al aire libre y deportes acuáticos. La serenidad del entorno, combinada con la majestuosidad del lago, crea una atmósfera única que invita a la relajación y la contemplación. Este lago, de origen cárstico, ha sido fuente de inspiración para artistas y escritores a lo largo de los siglos, y es, además, un punto de referencia para la biodiversidad de la región. Su importancia va más allá del turismo, ya que también fue sede de competiciones internacionales como las pruebas de remo en los Juegos Olímpicos de 1992.
Mi primera parada fue en el Monestir de Sant Esteve de Banyoles, una magnífica obra arquitectónica que se alza como un emblema de la historia religiosa de la localidad. Este monasterio, fundado en el siglo IX por el abad Bonitus, ha sido testigo de numerosas transformaciones a lo largo de los siglos. La estructura actual, construida entre los siglos XVIII y XIX, es un ejemplo excepcional de la evolución arquitectónica de la región, ya que presenta una mezcla de estilos neoclásicos, barrocos y góticos. La nave principal, imponente y solemne, está flanqueada por capillas laterales, cada una decorada con detalles que reflejan la riqueza artística de la época. Ubicado en la Plaça del Monestir, el edificio no solo es un lugar de culto, sino también un remanso de paz y belleza para quienes buscan momentos de contemplación. Los elementos barrocos, con sus adornos exuberantes, contrastan maravillosamente con la sobriedad del estilo neoclásico, mientras que los toques góticos recuerdan la longeva historia del monasterio. Un paseo por los alrededores del monasterio permite disfrutar de su fachada imponente, mientras que el interior invita a explorar la espiritualidad y el arte que han perdurado durante siglos en este espacio sagrado.
Luego, visité la església de Sant Jaume de Puigpalter, una iglesia de estilo románico situada en las afueras de Banyoles. Construida en el siglo XII, esta pequeña capilla es una verdadera joya arquitectónica que refleja la simplicidad y la sobriedad típicas del románico rural catalán. Su planta rectangular y los gruesos muros de piedra, coronados por un sencillo campanario de espadaña, le otorgan una apariencia robusta pero encantadora. Al caminar por su interior, me sentí transportado a otra época, un tiempo en el que la iglesia no solo servía como lugar de culto, sino también como refugio espiritual para los habitantes de la zona. La iluminación tenue y los restos de antiguas decoraciones murales contribuyen a crear un ambiente sereno, propicio para la reflexión. Su ubicación, rodeada de campos y colinas, añade un toque de paz y tranquilidad, haciendo de esta visita una experiencia memorable que conecta historia, arte y espiritualidad.
La Església del Carme de Banyoles, un imponente ejemplo de la arquitectura neoclásica del siglo XIX, también formó parte de mi recorrido. Construida para los frailes carmelitas, esta iglesia se encuentra en el Carrer Dr. Hiserhn, en pleno corazón de la ciudad. Al acercarme, quedé impresionado por la sobriedad y elegancia de su fachada, decorada con columnas y molduras que evocan los ideales de proporción y simetría propios del neoclasicismo. La planta rectangular del edificio, junto con sus líneas limpias y su techo a dos aguas, refleja una clara influencia de la arquitectura clásica grecorromana. Al entrar, me encontré con un ambiente espiritual que invitaba a la contemplación, potenciado por la luz natural que se filtra a través de sus grandes ventanas. Las capillas laterales albergan imágenes religiosas de gran valor devocional, mientras que el altar mayor, de estilo sencillo pero majestuoso, capta la atención por su sobria belleza. La Església del Carme no solo es un lugar de culto activo, sino también un testimonio de la importancia histórica y religiosa de Banyoles, un espacio donde la tradición se encuentra con la fe en medio de la serenidad arquitectónica.
Otra iglesia que visité fue Santa Maria dels Turers, una iglesia católica romana ubicada en la Plaza de Santa Maria. Su construcción se llevó a cabo entre los años 1269 y 1333, con modificaciones realizadas en los siglos XVII y XIX. Su estilo arquitectónico predominante es el gótico, aunque también se pueden apreciar influencias del neoclasicismo. Fue un lugar de gran belleza y espiritualidad.
Llegué a la Església del Remei de Guèmol, una iglesia barroca ubicada en el núcleo de Guèmol. Esta iglesia, construida en el siglo XVIII, presenta una planta basilical de una sola nave. Su estilo arquitectónico barroco se destaca por sus detalles ornamentados y su exquisita decoración.
Continuando mi visita, llegué a la Plaça Major de Banyoles, una de las plazas más emblemáticas de la ciudad, situada en pleno corazón del casco antiguo. Su encanto reside en la armoniosa combinación de elementos arquitectónicos que la rodean, desde los porches formados por elegantes arcos de piedra hasta los edificios de diferentes épocas que la bordean. Al caminar bajo los porches, es fácil imaginar la vida cotidiana que se ha desarrollado aquí a lo largo de los siglos: desde mercados medievales hasta los eventos modernos que llenan la plaza de vida. Los arcos, construidos con piedra local, le dan un aire acogedor y señorial al mismo tiempo. Los edificios que rodean la plaza exhiben una mezcla de estilos, destacando el gótico con sus líneas verticales y detalles ornamentales, el neoclásico con su equilibrio y simetría, y la arquitectura popular, que añade un toque de autenticidad y tradición local. La Plaça Major no solo es un lugar de paso, sino un verdadero centro de encuentro donde locales y visitantes se detienen a disfrutar de la atmósfera animada, de las terrazas de los cafés y de las tiendas que dan vida a este espacio tan singular.
Después, exploré la Muralla de Banyoles, un importante vestigio del pasado medieval de la ciudad. Aunque gran parte de la antigua muralla ha desaparecido con el tiempo, todavía se conserva un tramo significativo que nos permite vislumbrar la importancia defensiva que tuvo en su época. Este tramo se puede observar principalmente en el Parc de la Muralla, un espacio verde que rodea lo que queda de las antiguas fortificaciones. A medida que recorría el parque y las calles cercanas, como Santa Maria, Sant Pere y Canal, noté cómo los restos de la muralla se integran perfectamente en el tejido urbano moderno. Estos vestigios ofrecen un fascinante contraste entre lo antiguo y lo nuevo, sirviendo como testimonio de las transformaciones que Banyoles ha experimentado a lo largo de los siglos. En su apogeo, la muralla protegía la ciudad de posibles invasores, y aunque ahora solo queda una fracción, sigue siendo un recordatorio imponente del pasado histórico de Banyoles. Caminar junto a estos muros es una experiencia que invita a reflexionar sobre la importancia estratégica de la ciudad en tiempos medievales y sobre cómo, a pesar de los cambios, la historia sigue viva en cada rincón de Banyoles.
Continuando mi recorrido, me dirigí al Puig de Sant Martirià, una montaña de 242 metros que se encuentra en el municipio de Banyoles. En la cima de esta colina se encuentra la ermita homónima, que ofrece vistas impresionantes de los alrededores. Este lugar sagrado es un punto de referencia en Banyoles y ofrece la oportunidad de disfrutar de la naturaleza y la tranquilidad.