Peñafiel, la indiscutible cuna de la Ribera del Duero, es mucho más que una histórica villa vallisoletana: es un verdadero tesoro castellano que rebosa historia, cultura y tradición en cada rincón de sus calles y en la majestuosidad de sus monumentos. Es una tierra donde las viñas dibujan el horizonte y el tiempo parece detenerse, preservando con orgullo las huellas de su glorioso pasado. Esta villa, coronada por el imponente Castillo de Peñafiel, no solo es un símbolo de la fortaleza medieval, sino también un testimonio de la herencia vitivinícola que ha moldeado la identidad de esta región durante siglos.
El Castillo de Peñafiel, erigido en lo alto de un cerro, se yergue como un guardián silencioso, vigilando con majestuosidad todo el valle que se extiende a sus pies. Construido inicialmente en el siglo X, este castillo ha sido testigo de incontables batallas y cambios a lo largo de los siglos, con sus últimas grandes transformaciones en los siglos XIV y XV, lo que lo convirtió en la fortaleza imponente que hoy admiramos. Declarado Monumento Nacional, no solo es una joya arquitectónica, sino también un símbolo de la resistencia y la prosperidad de la villa. Además, alberga en su interior el Museo Provincial del Vino, un auténtico homenaje a la viticultura de la región. Aquí, los amantes del vino pueden embarcarse en un viaje sensorial a través de los sabores, los aromas y la historia de la Ribera del Duero, apreciando cómo esta tierra ha cultivado uno de los mejores vinos del mundo.
Descendiendo del castillo, llegamos a la encantadora Judería de Peñafiel, uno de los barrios más antiguos y fascinantes de la villa. Este laberinto de calles estrechas y serpenteantes, que se extiende junto a la ribera del río Duratón, alberga casas que parecen haber detenido el tiempo, manteniendo vivo el espíritu del pasado judío que una vez habitó estas tierras. Cada rincón de la judería tiene un encanto particular, donde las piedras antiguas y las fachadas de las casas cuentan historias de tiempos pasados, de convivencias y secretos que se han mantenido a lo largo de los siglos.
En el corazón de Peñafiel, encontramos la icónica Plaza del Coso, un verdadero símbolo de la vida social y cultural de la villa. Esta plaza medieval, declarada Bien de Interés Cultural en 1999, con su singular forma irregular y las características casas con balcones de madera que la rodean, es un espacio cargado de historia y tradición. Durante siglos, la Plaza del Coso ha sido escenario de celebraciones, festivales y, sobre todo, de las famosas corridas de toros, donde los balcones se llenan de espectadores emocionados que mantienen vivas las costumbres ancestrales. Pasear por esta plaza es como transportarse a otra época, sintiendo la esencia de lo que fue, y sigue siendo, el corazón vibrante de Peñafiel.
La gastronomía local de Peñafiel es, sin duda, uno de sus grandes tesoros. Aquí, hablar de la villa sin mencionar el célebre lechazo asado sería impensable. Este plato emblemático de la región es una delicia que seduce a todos los que lo prueban. Cocinado a la perfección en hornos de leña tradicionales, el lechazo representa la esencia misma de la cocina castellana: sencilla, auténtica y profundamente arraigada en las costumbres locales. Servido con su piel crujiente y su carne jugosa, cada bocado es una experiencia sensorial que transporta al comensal al corazón de la Ribera del Duero. Y como no podía ser de otra manera, este manjar se acompaña con los vinos de la zona, cuyos aromas y sabores robustos crean una sinfonía perfecta con el lechazo. Juntos, conforman una experiencia culinaria incomparable, que no solo sacia el hambre, sino que conecta al visitante con la tierra, la historia y la cultura de Peñafiel.
Pero Peñafiel no es solo un deleite para el paladar; también es una puerta abierta al pasado, y la Ciudad Arqueológica de Pintia, en Padilla de Duero, es prueba de ello. Este antiguo asentamiento vacceo añade una capa de misterio y asombro al ya rico patrimonio de la villa. Aquí, el visitante se adentra en un mundo que existió mucho antes de la llegada de los castillos y las catedrales, donde los vacceos, una de las primeras civilizaciones de la región, dejaron su huella en la tierra. A través de sus ruinas y artefactos, Pintia revela la vida cotidiana, las creencias y las costumbres de estos antiguos pobladores, ofreciendo una experiencia que no solo fascina, sino que invita a reflexionar sobre el origen y la evolución de las comunidades que forjaron la historia de Peñafiel.
Entre los monumentos más majestuosos de la villa destaca la Iglesia y Convento de San Pablo, una joya del arte gótico-mudéjar que se erige sobre lo que fue el antiguo alcázar de Alfonso X El Sabio. Esta imponente construcción, levantada en el siglo XIV por el Infante Don Juan Manuel, es mucho más que un edificio religioso: es un testimonio del poder, la fe y el arte de una época dorada. Su estructura mezcla la austeridad del gótico con la delicadeza de los detalles mudéjares, creando un espacio de contemplación y recogimiento que atrapa al visitante desde el primer momento. No muy lejos, la Iglesia de Santa Clara, con su planta octogonal única y su rica historia, suma otra parada obligada en este recorrido espiritual y cultural. Ambos templos, con su imponente presencia, nos hablan de un pasado cargado de devoción y arte.
La Torre del Reloj, por su parte, es el último vestigio que queda de la antigua iglesia románica de San Esteban, erigida en el siglo XI. Aunque hoy se presenta solitaria, esta torre ha resistido el paso del tiempo, como un faro que conecta a Peñafiel con su glorioso pasado medieval. Al observarla, es imposible no sentir una profunda admiración por la capacidad de esta villa de conservar y honrar su historia, permitiendo que monumentos como este sigan contando su historia a quienes quieran escucharla. La torre no es solo una reliquia arquitectónica; es un símbolo de la resistencia y la permanencia de las tradiciones que, a lo largo de los siglos, han hecho de Peñafiel lo que es hoy.
Peñafiel no es solo un destino para ser visto, sino para ser vivido. Es un lugar donde la historia cobra vida, donde cada monumento cuenta una epopeya y donde la tradición se mantiene tan viva como el primer día. Ya sea degustando un exquisito plato de lechazo o paseando por sus calles llenas de encanto, la experiencia de visitar Peñafiel te dejará huellas imborrables en el alma.